1. NUNCA
FALTES AL RESPETO A UN NIÑO.
Evita por todos los medios gritar, insultar,
amenazar, pegar, castigar, humillar o despreciar con gestos a los niños. Parece
obvio, pero está claro que no lo es. Es obvio que no debemos gritar, insultar,
amenazar, etc. a nuestros compañeros de trabajo, ni a nuestros amigos o
familiares, ni al dependiente del supermercado, porque… sería una grave falta
de respeto. Pero cuando se trata de un niño lo blanco se vuelve gris, y es que
en el siglo XXI todavía tenemos una asignatura pendiente: el respeto a los niños
como personas de pleno derecho que son. Ante una posible falta de respeto de un
niño hacia nosotros, nunca olvidemos que el que está aprendiendo aún es él y
que nuestra respuesta coherente, tranquila y equilibrada será la clave de su
aprendizaje.
2. CREA
UN BUEN CLIMA.
Un buen clima lo
es todo. Enlazando con el punto anterior, vayamos un paso más allá, intentemos
crear un ambiente relajado y cordial. Los niños son verdaderas esponjas y se
fijan mucho más en el lenguaje corporal y en el ambiente que en lo que decimos,
con ellos no sirven las contradicciones. No sirve que le diga con una sonrisa
“Mi amor, cómete los garbanzos” si mis dientes están apretados y mi cuerpo
tenso, si resoplo y le meto la cuchara con prisa, el mensaje para el niño está
claro. Exigimos a los niños, que aún no tienen un concepto del tiempo
desarrollado, que se den prisa a todas horas, que nos sigan a todas partes
“vamos, corre, que llegamos tarde” y en el camino nos ven insultar al conductor
de delante, resoplar y maldecir, mandar mil mensajes por el móvil como si se
estuviera acabando el mundo… El ambiente de prisas y tensión en el que hoy en
día nos hemos acostumbrado a vivir no ayuda a la hora de educar. Los niños no
sólo lo perciben, sino que lo comparten y lo reflejan en su comportamiento. Su
forma de liberar el estrés puede ser distinta a la de un adulto, pero no por
ello es menos válida ni menos grave.
3. LAS
NORMAS: POCAS Y CLARAS.
Este punto es muy importante a la hora de
educar. Debemos adaptar las normas a la edad de cada niño, algo como “comer con
la boca cerrada” es una norma adecuada para un niño de 6 años, no para uno de 2.
Algo como “no pegar” es una norma que se debe aprender desde el principio, no a
los 6 años.
Es fundamental que las normas básicas que
escojamos tengan un sentido para todos, debemos acordarlas en grupo o en
familia, explicar el por qué esa norma es importante y acordar qué va a pasar
si alguien (incluidos nosotros) no la cumple. Muy a menudo pregunto a los niños
por qué no se hace tal o cual cosa y su respuesta suele ser clara “porque te
castigan”. Este error se debe a imponer unas normas cuyo sentido está claro
para nosotros pero no para el niño, que ha venido al mundo sin un concepto
claro de lo que es “correcto o no” y lo aprende en función de las respuestas de
los que le rodean. Si cumple las normas simplemente para que no le riñan, su
moral dependerá siempre del juicio externo, por lo que las normas se pueden
incumplir siempre que no haya riesgo de que te pesquen infraganti (muchos
adultos aún se comportan así desgraciadamente) y no porque verdaderamente
comprende el perjuicio que causa con su comportamiento. El niño debe
comprender, aceptar, interiorizar y asumir como propias todas las normas que le
presentemos.
4. ESTABLECE
UN ORDEN EN SU VIDA.
Los niños no pueden controlar el orden de los
acontecimientos ni lo que les va a suceder a continuación, dependen en todo
momento de nuestras decisiones para ellos impredecibles y arbitrarias. Su
sentido del tiempo es además inmaduro y se guían más por relaciones de causa y
efecto o correlaciones. Por lo tanto, es vital para que se sientan seguros,
tranquilos y con un cierto control de lo que sucede en su vida que
establezcamos rutinas muy marcadas y anunciemos todo lo que se salga de esas
rutinas como una excepción.
5. REGÁLALE
TU PRESENCIA.
Todos nos hemos sentido fastidiados alguna vez
cuando nuestra pareja no nos está escuchando verdaderamente porque está mirando
el móvil o la televisión, cuando sentimos que nuestro amigo no está disfrutando
realmente de esa tarde juntos porque desearía estar haciendo otra cosa… A nadie
le gusta que le ignoren ni que le menosprecien; a los niños tampoco. Nuestras
agitadas vidas llenas de tareas y responsabilidades (y aparatos electrónicos)
no dejan lugar para ESTAR plena y verdaderamente con los demás. Regalemos a
nuestros niños un poco de tiempo de absoluta dedicación, sólo para charlar,
leer, jugar y hacer algo juntos. En ese tiempo no está permitido distraerse con
otras cosas ni con otros pensamientos, es muy importante estar presente en toda
su amplitud. Este no es un regalo unidireccional, porque nosotros recibiremos a
cambio, no sólo su verdadera entrega, presencia y placer de estar a nuestro
lado, sino también un cambio en su actitud. Un niño que se siente ignorado difícilmente
podrá desarrollarse bien y por lo tanto lo reflejará en su comportamiento.
6. AMOR
VERSUS AUTONOMÍA.
Constantemente veo cómo se confunden la
autonomía del niño y las muestras de amor o cariño hacia él. Muchas personas
entienden que si animan al niño a hacer cosas solo, están restándole amor o
atención. Nada más lejos de la realidad. La autonomía sirve al niño para hacer
crecer su autoestima y le da herramientas para afrontar las pequeñas tareas
cotidianas. Nosotros podemos y debemos estar ahí para alentarle, ayudarle a
descubrir sus capacidades, animarle y en caso necesario, prestar un pequeño
empujón. Recordemos algo muy importante cada vez que ayudamos a un niño sin que
él lo pida, tal vez por las prisas o por falta de confianza, le estamos
quitando una oportunidad de aprender y crecer. Esto no está reñido en absoluto
con mimar, acariciar, besar, cantar, contar cuentos, dormir abrazados y un
largo etcétera. Podemos y debemos proporcionar mucho de ambas cosas.
7.
EMPATÍA: PONTE EN SU LUGAR.
Parece fácil y lógico, pero no se hace con la
suficiente frecuencia. Para que exista una comunicación eficaz es necesario:
que el receptor comprenda el mensaje (el adulto debe adaptar su mensaje a la
mentalidad del niño); y que exista reciprocidad (el adulto también debe
escuchar los mensajes del niño y comprenderlos). Muy a menudo la falta de
empatía hace que no tengamos en cuenta cómo es, qué necesita y por qué actúa
así la persona que tenemos delante. Los niños nos lanzan mensajes
continuamente, la mayoría mensajes no verbales, y hay que aprender el “lenguaje
infantil” para poder interpretar lo que nos quieren decir, qué les está pasando
y cuáles son sus motivaciones. Esto sólo se consigue con una gran dosis de
empatía. El libro de Carlos González, “Bésame mucho” tiene varios ejemplos
prácticos de cómo ponernos en el lugar del niño.
8.
RESPÉTATE A TI MISMO; EXIGE RESPETO.
No
podemos educar con respeto si permitimos las faltas de respeto del niño.
Nuestro ejemplo es fundamental, por supuesto, pero no suficiente. Si ante las
faltas de respeto del niño nos mostramos impasibles, éstas irán en aumento, tendremos un niño
tirano e irrespetuoso que vive respetado pero no ha aprendido a devolver lo que
recibe. ¿Por qué el ejemplo no es suficiente? El ser humano aprende de las
respuestas que recibe de su entorno (si toco la plancha caliente me quemo) y
decide qué puede hacer y qué no en función de ellas. Las respuestas que
recibimos regulan nuestro comportamiento. Las emociones también se aprenden y
nuestras respuestas emocionales como el llanto, el enfado, la risa, la
tristeza, etc. no deben ocultarse ya que forman parte de nuestra humanidad. Si
un niño nos insulta o pega, debemos mostrar nuestros sentimientos de forma sana
y natural exigiendo respeto también de su parte.
9.
APRENDE DE ELLOS. SON NUESTROS MEJORES MAESTROS.
Los niños nos enseñan cada día a ser buenos
educadores. Si hemos logrado respetar, crear un buen clima, tener normas
claras, establecer rutinas, estar verdaderamente presentes y ponernos en su
lugar, ya sólo nos queda observar con atención todo lo que tienen que
enseñarnos. Siempre digo que los niños son el espejo en el que me miro. Ellos
me devuelven mis gestos y actitudes, me recuerdan mis propias normas y guían
mis pasos en la misma medida en que yo trato de guiar los suyos. No hay nada
más puro, limpio y satisfactorio que una relación sana con un niño, pero hay
que tener valor para querer verse reflejado y humildad para dejar que te
enseñen.
10.
ACEPTA LAS RECAÍDAS. LAS TUYAS Y LAS SUYAS.
Si
has llegado hasta aquí ¡enhorabuena! Sólo te falta un paso, un último escalón:
aceptar los retrocesos. Recordaros cada vez que los dos (el niño y tú) estáis
aprendiendo y tenéis derecho a equivocaros; no somos infalibles. Cuando cometas
un error no te vengas abajo, apúntalo en tu mente, aprovéchalo para recordarte
el buen camino y sigue adelante, subiendo peldaño a peldaño. Cuando encuentres
un niño que no responde a estas reglas básicas, que pese a tus esfuerzos sigue
respondiendo mal, no pienses que estas técnicas no sirven. Es fácil educar con
respeto a un niño modelo, lo difícil es seguir adelante con niños que nos retan continuamente. En esos momentos
tenderemos a pensar que la técnica no es la adecuada pero no es así. El buen
educador es fiel a lo que sabe que es lo correcto y lucha por ello.
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